El primer Isaac de Siria es conmemorado el 28 de enero. San Gregorio el Dialoguista escribe acerca de este segundo Isaac. Vino a Italia en tiempos de los godos y entró a orar en una iglesia en la ciudad de Espoleto. Imploró al custodio que le permitiera permanecer encerrado en la iglesia toda la noche. Y así pasó la noche entera en oración, quedándose en el mismo lugar. Lo mismo ocurrió al día siguiente en incluso en la segunda noche. El custodio lo llamó hipócrita y le golpeó con un puño. Al instante, el custodio quedó loco. Viendo que el este era atormentado amargamente, Isaac se inclinó sobre el custodio y el espíritu maligno huyó de él, siendo así restaurada la salud del custodio. Al oír de este suceso, la población entera se congregó alrededor de este maravilloso extranjero. Le ofrecieron dinero y propiedades, mas el lo rechazó todo, y sin aceptar nada se retiró al bosque, donde construyó una celda para sí mismo que pronto se transformó en un gran monasterio. Isaac era conocido por obrar milagros y en particular por su especial don de discernimiento. En una ocasión, ordenó que los hermanos llevasen todas las azadas a la viña y que las dejasen allí. Al día siguiente, Isaac trajo almuerzo al viña junto a los hermanos. Estos estaban desconcertados: ¿para quién era este almuerzo, ya que no habían trabajadores? Al llegar a la viña, habían tantos hombres cavando como habían azadas. Esto fue lo que ocurrió: estos hombres vinieron como ladrones para robar las azadas, pero por el poder de Dios fueron retenidos para cavar toda la noche. En otra ocasión, dos hombres semidesnudos vinieron a Isaac para pedirle ropa. Isaac envió a un monje a un árbol hueco junto al camino para que trajese lo que encontrara allí. El monje fue, encontró alguna ropa y la trajo al monasterio. El abad tomó esta ropa y se la dio a los mendigos. Estos se avergonzaron grandemente cuando reconocieron su propia ropa, que habían escondido en este árbol. Una vez, un hombre envió dos panales de abejas al monasterio. El monje [que los recibió] escondió uno en el camino, y trayendo el otro al monasterio, se lo entregó al abad. El santo le dijo: «Ten cuidado cuando regreses, pues una serpiente venenosa se ha deslizado dentro del panal que dejaste en el camino. Cuídate, pues, de que no te muerda».




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