Cuando la Santísima Virgen hubo vivido y servido en el Templo de Jerusalén por once años, teniendo entonces catorce años—esto es, cuando entraba a su decimoquinto año—los sacerdotes le informaron que, según la Ley, no podía ya permanecer en el Templo sino que debía comprometerse y casarse. Pero para la gran sorpresa de todos los sacerdotes, la Santísima Virgen contestó que ella se había dedicado a Dios y que deseaba permanecer virgen sin entrar en matrimonio con nadie. Entonces Zacarías, el sumo sacerdote y padre del Precursor, en consulta con los otros sacerdotes, escogió por la providencia de Dios y por inspiración divina a doce varones solteros de la tribu de David para encomendar la Virgen María a uno de ellos a fin de que preservasen su virginidad y cuidasen de ella. Así fue encomendada a José, un anciano de Nazaret y pariente suyo. En su casa, la Virgen María continuó viviendo como lo había hecho en el Templo de Salomón, pasando su tiempo en la lectura de las Sagradas Escrituras, en la oración, meditando sobre las obras de Dios, en ayuno y tareas manuales. Casi nunca dejaba la casa, ni estaba interesda en cosas y eventos mundanos. Generalmente no conversaba mucho con la gente, y aún esto sólo cuando era necesario. Solamente intimaba con las hijas de José. Pero cuando el tiempo profetizado por el profeta Daniel hubo llegado, y cuando plació a Dios cumplir la promesa hecha a Adán cuando le expulsó del Paraíso y la que hizo a los profetas, el poderoso arcángel Gabriel apareció en la recámara de la Santísima Virgen, en el preciso momento (como han dicho algunos escritores eclesiásticos) en que ella tenía sobre falda el libro del profeta Isaías y ponderaba acerca de su gran profecía: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz» (cfr. Isaías 7:14). Gabriel se apareció ante ella en una luz angélica y le dijo: «Alégrate, Llena de gracia, el Señor es contigo», y el resto, como se relata en el Evangelio del divino Lucas. Con este saludo angélico y el descenso del Espíritu Santo, fue puesta en movimiento la salvación de la humanidad y la renovación de la Creación. El ángel abrió la primera página de la historia del Nuevo Testamento con la palabra «alégrate» para mostrar por esto el gozo que el Nuevo Testamento conlleva para la humanidad y para todas las cosas creadas. Y por lo tanto la Anunciación es considerada una fiesta tanto gozosa como grande.




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