Los santos mártires Nazario, Gervasio, Protasio y Celso de Milán sufrieron durante el reino del emperador Nerón (54-68 d. C.). San Nazario, hijo de la cristiana Perpetua y el judío Africano, nació en Roma y fue bautizado por el obispo Lino. Desde su juventud, Nazario decidió dedicar su vida a predicar las enseñanzas de Cristo y a fortalecer a los cristianos débiles. Con este propósito, dejó Roma y se marchó para Milán. Mientras visitaba a los cristianos presos allí, Nazario conoció a los gemelos Protasio y Gervasio. Estos hermanos habían nacido en Milán de una familia de ciudadanos romanos - Vidal y Valeria. Quedando huérfanos (pues sus padres fueron martirizados por la fe cristiana), los hermanos repartieron sus riquezas a los pobres, liberaron a sus esclavos, y se dedicaron al ayuno y a la oración. Los paganos los encerraron en la cárcel por confesar la fe de Cristo. San Nazario estimaba a los gemelos, y aliviaba sus sufrimientos tanto como le era posible. Por esto, sin embargo, los paganos le dieron una paliza y lo expulsaron de Milán. San Nazario se fue a la Galia (la moderna Francia), donde predicó el cristianismo exitosamente y convirtió a muchos paganos. En la ciudad de Kimel bautizó a Celso, hijo de un cierto cristiano, y adquirió en él un fiel discípulo y colaborador en la labor evangelizadora. Por su confesión de Cristo, los paganos les arrojaron a las bestias para que los devoraran, pero las bestias no osaban tocar a los santos. Después trataron de ahogar a los mártires en el mar, pero estos caminaron en él como sobre tierra firme. Los soldados que cumplían estas órdenes estaban tan maravillados, que ellos mismos aceptaron el cristianismo y dejaron ir a los santos mártires. Una vez libres, Nazario y Celso fueron a Milán a visitar a Gervasio y Protasio en la cárcel. Por esto fueron entregados a Nerón, quien determinó que los santos Nazario y Celso fuesen degollados. Al poco tiempo, Gervasio y Protasio también fueron ejecutados. Muchos años después, durante el reino del santo emperador Teodosio (408-450 d. C.), San Ambrosio, obispo de Milán, descubrió las reliquias de los mártires mediante una revelación de lo alto. Las santas reliquias, glorificadas por multitud de milagros, fueron solemnemente transferidas a la catedral de Milán.

«También fue entonces cuando, en una visión, le manifestaste a [Ambrosio], tu obispo, donde yacían sepultados los cuerpos de los mártires Gervasio y Protasio. Tú los habías mantenido ocultos e incorruptos durante muchos años en tu secreto, para revelarlos en el momento preciso [....] Tras su descubrimiento y exhumación, al ser trasladados solemne a la basílica ambrosiana, no sólo se produjeron curaciones de personas atormentadas por espíritus inmundos (confesando esto los mismos demonios), sino que un ciudadano conocidísimo de la ciudad, que llevaba varios años ciego, al preguntar por las razones de la algarabía del pueblo, dio un salto al enterarse del hecho e hizo que su guía le condujera al lugar. Una vez que llegó, rogó que se le permitiera el acceso para tocar con su pañuelo el féretro de tus santos cuya muerte es preciosa a tus ojos. Tan pronto como hizo esto, aplicó el pañuelo a sus ojos, y estos se abrieron al instante. Enseguida se corrió la noticia y resonaron tus alabanzas fervientes y radiantes. [....] ¡Gloria a ti, Dios mío!» (San Agustín de Hipona, Confesiones IX.7.16).




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