Caritón era un eminente y piadoso ciudadano de la ciudad de Iconio. Imbuído del espíritu de su compatriota, santa Tecla, Caritón confesaba abiertamente el nombre de Cristo. Al desatarse una cruel persecución de cristianos bajo el emperador Aureliano, Caritón fue traído a juicio ante el gobernador de inmediato. El juez le ordenó que adorase a los falsos dioses, a lo cual Caritón contestó: «Todos tus dioses son furias, que en tiempos pasados fueron arrojadas desde el cielo hasta los más profundos infiernos a causa del orgullo». Caritón mostró abiertamente su fe en el único Dios vivo, Creador de todo, y en el Señor Jesucristo, Salvador de la humanidad. Entonces el gobernador ordenó que Caritón fuese golpeado y torturado de tal modo que todo su cuerpo se cubriese de heridas, hasta parecer una sóla inmensa llaga. Tras la mala muerte de Aureliano, cuyas malas obras finalmente lo alcanzaron, Caritón fue librado de la tortura y la cárcel. Viajó a Jerusalén, pero en el camino fue atrapado por unos ladrones de los cuales fue librado por la providencia de Dios. No regresó a Iconio, sino que se retiró al desierto de Farán, donde fundó una comunidad y congregó a un grupo de monjes. Habiendo dado una regla a su comunidad, y deseando huir de la alabanza de los hombres, se retiró a otro desierto cerca de Jericó, donde, pasado el tiempo, fundó otra comunidad que lleva su nombre. Finalmente fundó aún otra comunidad, Souka, llamada la «Antigua Lavra» en griego. Murió en avanzadísima edad, y entró a la gloria de su Señor el 28 de septiembre del 350, y sus reliquias son atesoradas en su primer monasterio. La práctica de tonsurar a los monjes se atribuye a san Caritón.




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