Antonio era egipcio, y nació alrededor del año 250 d. C. en una villa llamada Quemel-el-Arons, cerca de Hierápolis. Tras la muerte de sus ricos y nobles padres, compartió su herencia con su hermana, que aún era menor de edad, ocupándose de que estuviese bien cuidada; y dando su mitad de la herencia a los pobres, a los veinte años se consagró a la vida ascética que había deseado desde su niñez. Al principio vivía cerca de su villa, pero luego se retiró al desierto, a orillas del Mar Muerto, con el fin de escapar el tumulto de los hombres. Allí pasó veinte años como ermitaño, no acompañado por nadie sino por Dios, en oración incesante, meditación, y contemplación, soportando pacientemente indecibles tentaciones demoníacas. Su fama se extendió por el mundo entero, y se congregaron en torno a él muchos discípulos, a los cuales colocaba en el camino de la salvación mediante su palabra y ejemplo. En ochenta y cinco años de vida ascética, sólo fue dos veces a Alejandría: la primera vez para buscar el martirio en un tiempo de persecución contra la Iglesia, y la segunda vez por invitación de san Atanasio, para que refutase las calumniosas acusaciones de los arrianos de que él también era seguidor de la herejía arriana. Partió de esta vida a los ciento cinco años, dejando un ejército completo de discípulos y seguidores. Y aunque Antonio no tenía educación, fue uno de los hombres más eruditos de su tiempo como consejero y maestro, a la altura de san Atanasio el Grande. Cuando unos filósofos griegos trataron de probar su conocimiento literario, Antonio los avergonzó preguntando: «¿Qué es más antiguo, el entendimiento o el libro? ¿Y cuál de estos es la fuente del otro?». Los avergonzados filósofos se dispersaron, pues se dieron cuenta de que tenían sólo conocimiento de libros sin entendimiento, mientras que Antonio sí tenía entendimiento. He aquí un hombre que alcanzó la mayor perfección que un ser humano puede lograr en la tierra. He aquí un educador de educadores y maestro de maestros, que por ochenta y cinco años se perfeccionó a sí mismo, y sólo así pudo perfeccionar a otros. Lleno de años y buenas obras, Antonio entró a su descanso en el Señor en el 356 d. C.




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