San Menas de Egipto

El Gran Mártir Menas, era egipcio de nacimiento, funcionario militar y sirvió en la región de Konya de Frigia bajo el centurión Firmiliano durante el reinado de los emperadores Diocleciano (284-305) y Maximiano (305-311). Cuando los emperadores empezaron la persecución más atroz contra cristianos en la historia, el santo se negó a servir a estos perseguidores. Menas se quitó el cinturón del uniforme (una señal de línea del ejército) y se retiró a una montaña dónde vivió una vida ascética de ayuno y oración.

Cierta vez él bajo a la ciudad durante una fiesta pagana. En medio del auge de los juegos el santo levantó su voz, predicando la fe en Cristo, el Salvador del mundo. Fu llevado entonces ante el prefecto Pirrus, ante quien el santo valientemente confesó su fe, diciendo que él había venido a denunciar la impiedad. El prefecto se llenó de ira, y Menas fue arrestado.

Pirrus ofreció devolverle el rango que tenía en el ejército si Menas ofrecía el sacrificio a los dioses paganos. Cuando éste se negó, lo sometió a crueles torturas, y luego fue decapitado. Esto ocurrió en el año 304.

Algunos cristianos recogieron las reliquias del mártir de noche y las escondieron hasta el fin de la persecución. Después, lo llevaron a Egipto y las colocaron en una Iglesia dedicada al Santo Menas, al sudoeste de Alejandría.

El santo recibió la gracia de Dios de realizar milagros, y ayudar a quienes padecen necesidad: Sanar enfermedades, librar a las personas poseídas por demonios. Y es solicitado como protector, sobre todo durante tiempos de guerra.






San Vicente de España

El Santo Mártir Vicente de España era discípulo, desde su niñez, del sabio pastor Valero, el obispo de la ciudad de Caesar Augusta (ahora Zaragoza, España). Cuando alcanzó la edad madura, el vigoroso Vicente, fue ordenado diácono por Obispo Valero. A causa de un impedimento del habla que afectaba al obispo, le dio su bendición al diácono, que era un orador elocuente, para predicar en la iglesia y entre las personas.

Por ese tiempo , se originó una sangrienta persecución, decretada por los emperadores Diocleciano y Maximiano. En marzo del 303 se publicó el primer edicto imperial en este sentido, que llevó a cabo el prefecto Daciano, quien vino de Roma y permaneció en la Península dos años, ensañándose con fanatismo y crueldad en la población cristiana. Daciano llegó a Hispania por Gerona, donde encargó el cumplimiento de los decretos imperiales al juez Rufino, pasando él a Barcelona y después a Zaragoza.

Fueron prendidos ambos en el año 303 por orden del gobernador Daciano, y trasladados a Valencia. Valero fue condenado al destierro y Vicente sufrió el martirio, muriendo finalmente.

Cuando sometieron al obispo a la primera interrogación. El anciano permaneció callado, turbado y perplejo. Entonces San Vicente avanzó y dio el discurso más elocuente de su vida ante los jueces y se congregó mucha gente para oírlo. Después de enviar al obispo otra vez a la prisión, el perseguidor ordenó torturar al santo diácono.

El mártir fue cruelmente torturado: Primero fue colocado en una cruz en aspa y después en la catasta, donde le rompieron los huesos, lo azotaron y le abrieron las carnes con uñas de garfios de acero. Pero, no pudiendo minar su resistencia, mandó entonces Daciano que fuese desollado y colocado en una parrilla en ascuas.

Después de torturarlo metieron a Vicente nuevamente, en la prisión. Esa noche el guardia sorprendido le oyó cantar Salmos, y vio una luz radiante no terrenal en la prisión, al ver esto se convirtió. La mañana siguiente el santo mártir fue condenado para ser quemado. Su cuerpo también se arrojó al mar con una piedra de molino, pero fue devuelto a la orilla. Un cristiano tomó el cuerpo del santo y lo enterró a las afueras de Valencia. Esto ocurrió en el año 304.




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