Adrián y Natalia eran esposos, ambos de nobles y ricas familias en Nicomedia. Adrián era el gobernador del Pretorio y un pagano; Natalia era cristiana secretamente. Eran jóvenes y vivieron en matrimonio por sólo trece meses antes de su martirio. Cuando el malvado emperador Maximiano visitó Nicomedia, ordenó que cristianos fuesen arrestados y torturados. En una cueva cerca de la ciudad, veintitrés cristianos estaban escondidos. Alguien los delató a las autoridades, y fueron azotados cruelmente con látigos de bueyes y barras, luego siendo encarcelados. Después fueron sacados de la prisión y traídos ante el Pretor para registrar sus nombres. Adrián observó a ésta gente, torturados pero pacientes, serenos y mansos, y les hizo decir bajo juramento qué esperaban ellos de su Dios como para aguantar tantos tormentos. Ellos le hablaron de la bienaventuranza de los justos en el Reino de Dios. Oyendo esto, y observando de nuevo a ésta gente, Adrián dijo repentinamente al escriba: «Anota mi nombre con los de estos santos; yo también soy un cristiano». Cuando el Emperador oyó esto, le preguntó: «¿Has perdido la razón?». Y Adrián contestó: «¡No la perdí, sino que la encontré!». Al enterarse Natalia se regocijó grandemente, y cuándo Adrián fue encadenado con los otros en la prisión, ella vino a ministrarle a todo ellos. Cuándo azotaron y sometieron a su esposo a varios tormentos, Natalia lo alentó a perseverar hasta el fin. Tras largos tormentos y encarcelamiento, el Emperador ordenó que se trajera un yunque para que se rompieran con un marrón los brazos y piernas de los prisioneros. Esto se llevó a cabo y Adrián, junto con los veintitrés hombres, expiraron en medio de grandes tormentos. Natalia llevó las reliquias a Constantinopla y los enterró honorablemente allí. Unos días después, Adrián se apareció a Natalia envuelto en luz y belleza, llamándola a venir a Dios; y ella entregó su espíritu a Dios en paz.
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