Marcos era compañero de viaje y ayudante del apóstol Pedro, quien en su primera epístola le llama hijo («La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con ustedes, y Marcos mi hijo, les saludan», I Pedro 5:13) – no según la carne, sino hijo según el espíritu. Estando Marcos en Roma con Pedro, los fieles le rogaron que escribiese para ellos las enseñanzas salvadoras del Señor Jesús, sus milagros y su vida. Así escribió Marcos el Santo Evangelio [que lleva su nombre], el cual fue visto y autenticado por el apóstol Pedro. Marcos fue hecho obispo por el apóstol Pedro y fue enviado a Egipto a predicar. San Marcos fue el primer predicador del Evangelio en Egipto y el primer obispo allí. Egipto estaba enteramente subyugado por la densa oscuridad del paganismo, la idolatría, la adivinación y la maldad. Con la ayuda de Dios, san Marcos tuvo éxito sembrando la semilla de las enseñanzas de Cristo a través de Libia, Amonicia y Pentápolis. Desde Pentápolis, Marcos fue a Alejandría, pues el Espíritu de Dios le dirigió allí. Estableció exitosamente la Iglesia en Alejandría y ordenó obispos, presbíteros y diáconos, fortaleciendo a todos firmemente en la venerable fe. Marcos confirmaba su predicación con muchos y grandes milagros. Cuando los paganos levantaron en contra de Marcos acusaciones de que destruía su fe idólatra, tras empezar a ser buscado por el alcalde de la ciudad, Marcos huyó de nuevo a Pentápolis, donde continuó fortaleciendo su anterior obra. Después de dos años, san Marcos regresó de nuevo a Alejandría para el gran gozo de los fieles, cuyo número se había multiplicado grandemente. En esta ocasión, los paganos se apoderaron de Marcos y, atándolo firmemente, lo arrastraron por un camino adoquinado exclamando: «¡Arrastremos al buey al corral!». Estos arrojaron a Marcos en la prisión herido y ensangrentado, y un ángel del cielo se le apareció para fortalecerle. Después de esto, el Señor Jesucristo mismo se le apareció y le dijo: «Paz a ti, Marcos, mi Evangelista». Marcos respondió a esto: «¡Paz a ti también, mi Señor Jesucristo!». Al día siguiente, unos hombres malvados sacaron a Marcos de la prisión y la arrastraron por las calles exclamando de nuevo: «¡Arrastremos al buey al corral!». Completamente exhausto y agotado, Marcos dijo: «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu». Marcos expiró y su alma fue llevada a un mejor mundo. Sus santas reliquias fueron enterradas honorablemente por los cristianos, y a través de los siglos, sus reliquias han dado sanidad al pueblo de aflicciones, dolores y enfermedades.
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