A los siete años, Pedro dejó el hogar de sus padres por causa de Cristo y se retiró al desierto. Allí, mediante el ayuno y la oración, Pedro alcanzó tal perfección que obraba muchos milagros por el Espíritu de Dios. Entró al Reino eterno de Cristo los noventa y nueve años, alrededor del 429 d. C.




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