Los padres de San Nikitas residían en Cesárea de Bitinia. La madre del santo murió cuando éste tenía apenas unas cuantas semanas de nacido y su padre se retiró al convento unos días después. El niño creció en la austeridad monástica. Tan buena educación produjo excelentes frutos, pues Nikitas ingresó muy joven al monasterio de Medikión, en el Monte Olimpo, en Asia Menor. Dicho monasterio había sido fundado poco antes por un eminente abad llamado Nicéforo, quien fue más tarde venerado como santo. El año 790, Nikitas recibió las sagradas órdenes de manos de San Tarasio. Primero fue coadjutor de Nicéforo y después le sucedió en el cargo. El emperador iconoclasta, Leo el Armenio, arrancó a Nikitas y a otros abades de la paz de sus monasterios, convocándolos a Constantinopla para que manifestasen su adhesión al usurpador de la sede patriarcal de San Nicéforo. Como Nikitas se negase a obedecer, fue enviado a una fortaleza de Anatolia; ahí le encerraron en una prisión sin techo, en la que tenía que dormir expuesto a la nieve y a la lluvia. Trasladado de nuevo a Constantinopla, se dejó persuadir, junto con los otros abades, por los engaños del emperador; todos recibieron la comunión del pseudo patriarca y volvieron a sus monasterios.
Pero Nikitas reconoció pronto su error. Aunque se había embarcado ya con rumbo a la isla de Proconeso, su conciencia le obligó a volver a Constantinopla, donde se retractó de la adhesión que había prestado al usurpador de la sede patriarcal y protestó que no abandonaría jamás la tradición de los Padres sobre el culto de las sagradas imágenes. En 813, fue desterrado a una isla, donde estuvo encarcelado seis años en un oscuro calabozo. Todo su alimento consistía en el pan viejo que le introducían por un agujero y en un poco de agua corrompida. Cuando el emperador, Miguel el Tartamudo, subió al trono, puso en libertad a Nikitas y a otros muchos prisioneros. El santo volvió a las cercanías de Constantinopla, donde se retiró a una ermita, en la que murió apaciblemente.




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