San Teodoro era oriundo de la ciudad Evjait (en Asia Menor, actualmente Turquía) y gobernaba la ciudad Heraklea, cerca del Mar Negro. Con su vida devota y su bondadosa gobernación se ganó a los ciudadanos y muchos paganos, viendo su vida ejemplar, se convertían en cristianos. Cuando los rumores sobre su vida llegaron hasta el emperador Licinio (años 308-323), que era corregente de Constantino, él vino a Heraklea. Trataba de obligar a Teodoro a inclinarse ante los ídolos. Viendo que San Teodoro era muy firme en sus convicciones el enojado gobernante ordenó someter al confesor del Cristo a crueles martirios.

Primero lo estiraron en el suelo y lo golpearon con varas de hierro, acepillaban su cuerpo con hierro puntiagudo, lo quemaban con el fuego y finalmente lo crucificaron y le sacaron los ojos. Por la noche vino un ángel, lo desmontó de la cruz y le sanó a todas sus heridas. Cuando a la mañana llegaron los sirvientes de Licinio, enviados por él, para tirar el cuerpo de San Teodoro al mar y lo vieron totalmente sano, creyeron en Cristo. Ese día viendo este milagro de Dios, muchos paganos se convirtieron en cristianos. Cuando Licinio se enteró, él ordenó decapitar a San Teodoro, quien murió en el año 319. Todos sus martirios fueron escritos por su servidor y escriba Uar, quien fue el testigo ocular.




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