San Simeón vivía en los tiempos de nacimiento del Señor Jesús Cristo. Según el Evangelista Lucas, Simeón recibió la promesa del Espíritu Santo que no se iba a morir hasta que no vea a Cristo. Según la tradición, él recibió esta promesa 270 años antes del nacimiento del Cristo. En aquellos tiempos él fue uno de los 70 traductores que traducían los libros de la Santa Biblia del hebreo al griego para la biblioteca del rey de Egipto Ptolomeo Filadelfo. Cuando Simeón estaba traduciendo las profecías de Isaías sobre el nacimiento del Emmanuel (Mesías) de una Virgen, él dudó sobre la exactitud de la profecía y quiso cambiar la palabra "virgen" por "mujer." En este momento tuvo una revelación del Espíritu Santo, que le dijo que no debe cambiar la profecía y que él no moriría hasta que vea el cumplimiento de esta profecía de Isaías sobre el nacimiento del Mesías exactamente de la Virgen.
Cuando el Niño Divino nació y fue traído al Templo, Simeón recibió la revelación del Espíritu Santo de que su esperanza se hizo realidad y que en el Templo de Jerusalén él finalmente verá al Niño — Salvador.
Al llegar al Templo el santo anciano no solamente vio al Niño prometido y a su Purísima Madre — Virgen, más él fue digno de levantar al Cristo en sus brazos. Aquí, San Simeón pronunció aquellas inmortales palabras que tan a menudo se escuchan durante los oficios religiosos de las vísperas: "Ahora despides en paz a tu siervo, Señor, según tu palabra, pues han visto mis ojos tu (instrumento de) salvación, que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz de revelación para las naciones y gloria para tu pueblo Israel.."
Aquí Simeón hace el papel del representante de la humanidad del Antiguo Testamento la que esperaba al Salvador y simultáneamente se convierte en el predicador de la Gracia del nuevo Testamento.
El Evangelista Lucas no aclara a que se dedicaba San Simeón, pero en las canciones de la iglesia él se llama el sacerdote y el Santo. Es muy posible que él era uno de los sacerdotes que oficiaban en el Templo (Lucas 2:23-37).
Junto a Simeón fue digna de encontrar al Señor en el Templo de Jerusalén Santa Ana. El Evangelio dice que ella provenía de la tribu de Aser y fue la hija de Fanuel. Después de estar casada durante 7 años ella se quedó viuda y a partir de este tiempo no se apartaba del Templo sirviendo a Dios de día y de noche con ayunos y oraciones (Lucas 2:37). Por eso ella tenía el don de profecía. Para nosotros Santa Ana es el ejemplo de una vida verdadera y digna de respeto. Según el Apóstol Pablo, estas viudas representan un gran valor para la Iglesia y sirven como ejemplo y enseñanza para la juventud (Tim 5:3-5).
Ella ya había llegado a una edad avanzada e igual que San Simeón estaba esperando al Salvador. Ella estaba atenta a todos los hechos espirituales y había añadido su voz de anciana a la glorificación que manifestó San Simeón durante el encuentro con el Niño Divino en el Templo. En las oraciones de la Iglesia, Santa Ana se venera como una casta viuda, muy respetada por todos, una santa anciana y la profetisa del Nuevo testamento.




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