El Santo Mártir Potito sufrió bajo el emperador Antonino Pío (que reinó entre 138-161). Habiéndose familiarizado con las enseñanzas cristianas, el joven Potito creyó en el Dios verdadero y acepto el santo bautismo a los trece años de edad. Cuando se enteró de esto, su padre pagano se enojó mucho e intentó, primeramente con palabras cariñosas, y luego con amenazas para disuadir a su hijo de su fe en Cristo Salvador, pero sus esfuerzos fueron en vano. Impresionado por la firmeza de la fe del joven, el padre también llegó a creer en el Hijo de Dios y se convirtió al cristianismo.

San Potito viajó por muchos lugares predicando acerca de Cristo, y por el poder de Dios obró milagros maravillosos.

En la región de Epiro, vivía la mujer ilustre Kiriaki, esposa de un senador, que padecía de lepra. Habiendo oído de San Potito, lo llamó y le pidió que la sanara. El santo declaró que si ella creía en Cristo, ella sería sanada. La mujer aceptó el santo bautismo de inmediato se recuperó. Al ver tal milagro, su esposo y toda su familia creyeron en Cristo y fueron bautizados también.

Después de esto, el santo se estableció en el Monte Garganus y vivió en soledad, entre los animales. Fue encontrado allí por los siervos del emperador Antonino, cuya hija estaba poseída por un demonio. A través de los labios de la doncella, el demonio decía que solo iba a salir de ella si Potito viniere. Entonces llevaron al santo joven al emperador, y por las oraciones de San Potito el demonio dejó a la niña. Pero el emperador, en lugar de ser agradecido, trató al santo con una crueldad inhumana. Por su confesión firme de la fe en Cristo Salvador, y por su negativa a ofrecer sacrificios a los dioses paganos, a quien el emperador atribuía la curación de su hija, ordenó que lengua del santo fuera arrancada, y que fuera cegado. Después de una larga tortura, San Potito fue finalmente decapitado.




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