Durante el reino del emperador bizantino Anastasio, Efrén era el gobernador de las regiones orientales. Era conocido por todos a causa de su gran piedad y caridad, y por esto era grandemente respetado. Cuando fue necesario reconstruir a Antioquía, destruida por terremotos e incendios, el Emperador encargó al gobernador Efrén dirigir esta tarea. Efrén cumplió su deber con diligencia y amor. Entre los albañiles estaba un obispo que, por razones desconocidas, había dejado su sede episcopal y trabajaba como un obrero ordinario sin que nadie supiese que era obispo. Un día este, junto con los otros obreros, se recostó para descansar del agotador trabajo y se quedó dormido. Efrén lo miró y vio una columna de fuego que se levantaba desde este hombre hasta los cielos. Maravillado y temeroso, Efrén llamó a este hombre y le hizo jurar que le diría quién era. El hombre dudó, pero finalmente reconoció que era un obispo y profetizó a Efrén que pronto sería consagrado Patriarca de Antioquía (pues el trono patriarcal estaba vacante ya que el anciano patriarca Eufrasio había perecido en el terremoto). En efecto, Efrén fue elegido y consagrado Patriarca. A causa de su bondad, su pureza y su celo por la Ortodoxia, Dios le concedió el gran don de obrar milagros. Una vez, para convencer a un hereje de la verdad de la Ortodoxia, echo su omoforio al fuego y oró a Dios. El omoforio estuvo en el fuego por tres horas y permaneció intacto. Viendo esto, el hereje quedó atónito y rechazó la herejía. San Efrén murió en paz en el año 546 d. C. y tomó habitación en el Reino de Dios.




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