Nacido en la ciudad de Siracusa en Sicilia, se hizo monje tras completar su educación secular y se entregó a la vida ascética en el monasterio. El patriarca Nicéforo lo incorporó a su servicio. En tiempos de los emperadores iconoclastas, era conocido por todos como un acérrimo defensor de la veneración de los íconos. Por esta razón, el malvado emperador Teófilo lo exilió a una isla, donde pasó siete años enteros en prisión con dos ladrones comunes, sin luz y sin suficiente comida, como en una tumba. Durante el reino de la piadosa Emperatriz Teodora y su hijo Miguel, Metodio fue liberado y hecho Patriarca, según había profetizado san Joanicio el Grande. Durante la primera semana del Gran Ayuno [de Cuaresma], Metodio hizo una solemne procesión de entrada de los íconos a la Iglesia, y compuso un canon en su honor. No pudiendo vencerle de ninguna otra manera, los viles herejes sobornaron a una mujer para que dijese que el Patriarca había tenido una relación impura con ella. Toda Constantinopla estaba horrorizada ante tal calumnia. Sin embargo, no sabiendo de qué otro modo podía probar su inocencia, el Patriarca venció su vergüenza, se quitó la ropa y quedó desnudo ante la corte que él mismo había pedido, mostrando su cuerpo marchito y debilitado por el ayuno. La corte estaba claramente convencida de que el Patriarca había sido difamado. El pueblo se regocijó al oír esto y los herejes fueron avergonzados. Entonces la mujer misma admitió haber sido convencida y sobornada a traer esta calumnia contra el santo de Dios. De esto modo, aquellos que pensaban avergonzar a Metodio aumentaron su fama sin quererlo. Este gran confesor de la fe murió en paz en el 846 d. C. y tomó habitación en el Reino de Dios.




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