El Santo era obispo en los años del emperador Diocleciano, quien el 23 de enero de 303 firma un decreto ordenando la persecución a los cristianos. En ese tiempo el primero que admitió su fe en Cristo Crucificado era él obispo Teopemptos, por supuesto, sabía inmediatamente lo qué le esperaba, y de hecho, fue sometido a una serie de torturas, pero estas estaban acompañadas simultáneamente por milagros. Primero lo pusieron en el horno encendido para quemarlo, pero milagrosamente sale vivo y sin un rasguño. Luego le sacan un ojo y le dan para beber un veneno letal, pero todo esto no basto para matarlo, y terminaron con su vida decapitándolo. El valor, su fe inquebrantable y el brillo moral que iluminaba al mártir, ilumino el corazón de Teonás, quien era el que preparo el veneno. Estando aun el cuerpo del mártir en el suelo, Teonas declara su fe en Cristo, sorprendidos los idolatras por esta declaración lo detienen y lo entierran vivo; así Teonas encuentra la salvación de su alma, junto a Teopemptos. Estos dos Mártires nos enseñaron cómo debemos, primero, ganar la gloria eterna y no esta provisoria vida terrenal.




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