En la Bitinia del Asia menor, el gobernador Aquilino perseguía ferozmente a los cristianos. Una vez, capturó a trescientos setenta cristianos y los llevó encadenados consigo a un cierto lugar donde había un templo dedicado al dios Poseidón. Allí, el inicuo gobernador intentó forzarlos a ofrecer sacrificio a los ídolos. Aunque amenazó de muerte a cualquiera que se negara a obedecer su orden, ninguno de los cristanos la obedeció. Entonces pasó por el camino que estaba junto al templo un respetado hombre llamado Paramón. Este se detuvo junto al grupo de hombres encadenados, se informó acerca de lo que ocurría, y exclamó: «¿Cuántos hombres justos e inocentes desea asesinar este vil gobernador por no postrarse ante sus mudos y sordos ídolos?». Paramón continuó entonces su camino, y el furioso gobernador envió a sus siervos para que lo mataran. Estos lo alcanzaron y lo atraparon; primeramente le traspasaron la lengua con una espina, y luego lo desnudaron y apuñalaron todo su cuerpo. San Paramón, orando en su corazón, entregó su alma en manos de Dios. Despues de esto, los trescientos setenta mártiers, grandes hijos de Dios y corderos inocentes, fueron degollados con espada y así entraron al Reino inmortal de Cristo el Señor. Todos estos sufrieron en el año 250 d. C.




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